martes, 14 de abril de 2015

¿Por qué República?

Aquí hubo un gobierno legal (la última legitimidad que hemos tenido) que sufre una rebelión sediciosa por parte de unos militares y otros grupos que la apoyan y que hay muertos en uno y otro sitio, pero que, una vez acabada la guerra, con directrices clarísimas de Queipo de Llano, del propio Franco, del General Mola, se da la consigna de matar a la gente para declarar el terror.

Pues bien; modelos afines surgieron por toda Europa sobre la misma época, como fue el caso de Italia y Alemania, y, donde no surgieron, se implantaron por el uso de la violencia, como pasaría en Polonia o en Francia. Años más tarde, los aliados entraron derrocando a esos regímenes totalitarios y salvando a Europa de la destrucción, salvo el caso de España. 

Mucha gente se pregunta por qué en España no se condena el fascismo. Por qué en España se homenajea a la División Azul, que combatió junto a Hitler en el frente soviético. Por qué en España se condena y se inhabilita al juez que se atreve a investigar los crímenes del franquismo. Por qué las víctimas del franquismo siguen en las cunetas y hay tanta resistencia a exhumarlas. 

La respuesta está clara y se ha puntualizado al principio: En España ganó el fascismo. Cuando, en el resto de Europa, los aliados acabaron con él, en España, a mitad de siglo, don Francisco Franco entraba a caballo por la Puerta de Alcalá. Tenemos el ejemplo de los respectivos partidos comunistas de Italia y España: cuando el Partido Comunista Italiano entraba, en el 45, triunfante con las armas desplazando a los fascistas del poder, aquí, 30 años más tarde, simplemente nos legalizaban. Y esto es sólo un ejemplo. 

De aquellos polvos, estos lodos. El mundo se modernizaba y el régimen español no quería quedar atrás. Por ello, puso en marcha una acción previamente programada y de planificación tácita que tenía como objetivo dar continuidad a la creación de 1939 y que consistió en la transacción mal llamada 'Transición'. Esta transacción dio al régimen un bañito en el Jordán democrático, legalizó ciertas formaciones políticas (dejando al margen, eso sí, a las formaciones no afines con la ley electoral) y mantuvo en el poder a la oligarquía financiera y eclesiástica que llevaba controlando el Estado desde la desaparición de la II República. 

Los jefe del Estado que hemos tenido desde entonces, por ejemplo, no han dudado en verse con los dictadores más sanguinarios del planeta solamente por hacer de embajador de las grandes compañías petroleras y energéticas españolas privatizadas, evidentemente, por los diferentes gobiernos sustentados por las formaciones políticas del régimen. Las personas que dicen ser partidarias de la monarquía, además, olvidan que su tan idolatrado monarca es íntimo amigo de Mohamed VI, rey de Marruecos, que no duda en condenar a la miseria al pueblo saharaui. 

Ahora bien; de la misma manera que, en materia de confesiones religiosas, existe el secularismo por el un lado y el anti-clericalismo por otro, en modelo de Estado, también tenemos el republicanismo y el anti-monarquismo, términos totalmente independientes. 'República' no es sinónimo de ausencia de monarquía. 'República' es sinónimo de derechos, de libertades, de progreso, de felicidad, de democracia. Aspectos que no se cumplen en experiencias no monárquicas dentro de la propia Europa e incluso, históricamente, en España. Porque nadie olvida que la última experiencia republicana aquí, a pesar de sus grandes logros, estuvo igualmente en manos de la Extrema derecha durante el Bienio Negro (1933 - 1936) bajo el gobierno radical-cedista de Lerroux, primero, y de Gil-Robles, después. 

Por tanto, ser republicano no es agitar la bandera tricolor, ni gritar consignas en contra de la monarquía, ni tampoco ir a Palma a increpar a Urdangarín a su salida de los juzgados. Ser republicano es algo tan sencillo como creer en que no merece la pena luchar por banderas, que la única bandera es la bandera del planeta Tierra, y la humanidad es una sola raza, una sola y única raza, y que merece la pena luchar por ella. 
Apostar por la III República es apostar por el fin del franquismo y, para ser demócrata, en España, hay que ser antifranquista.